El progreso humano: de Grecia a la Ilustración
Introducción
Si alguna vez te has preguntado hasta dónde puede llegar el ser humano en nombre del progreso, este recorrido te lleva desde Grecia hasta el futuro “Homo Deus”.
¿Preparado para sumergirte en la reflexión? Pues vamos allá...
“El progreso es un hecho; aun así, la fe en el progreso es una superstición. La ciencia permite a los seres humanos satisfacer sus necesidades, pero no hace nada para cambiarlos. ‘No son diferentes hoy a lo que siempre han sido’.”
— Grey, J. (2003). Perros de paja: Reflexiones sobre los humanos y otros animales.
La palabra “progreso” tiene connotaciones positivas. Desde el siglo XVIII, marcado por el racionalismo exacerbado, el progreso se convirtió en una religión humanista y secular. Alan de Benoist (1943) sostiene que existen dos elementos constitutivos de la idea de progreso:
El progreso siempre toma una dirección determinada cuya trayectoria podemos describir.
El progreso se valora siempre como algo bueno y deseable.
Sigamos avanzando en nuestro viaje…
El progreso a vuelo de pájaro: de Grecia al cristianismo
El concepto de progreso ha ido cambiando a lo largo de la historia y ha sido interpretado de diversas maneras. Algunos creen en un progreso continuo y deseable, mientras que otros advierten sobre los posibles peligros de un progreso descontrolado.
En la antigua Grecia, el progreso se asociaba con la generación y acumulación de conocimiento en las artes y las ciencias. Filósofos como Platón y Aristóteles creían en un progreso cíclico, en el que la razón y el conocimiento impulsaban el avance de la sociedad.
El cristianismo, en cambio, fue la primera gran religión en desarrollar una visión global del progreso, promoviendo valores como la justicia, la caridad y la dignidad humana. Estos valores han sido clave para el desarrollo social durante siglos.
¿No te resulta curioso ver el contraste entre la antigüedad y el cristianismo? Pues aguarda, que esto sigue…
El Progreso en la Ilustración
La gran diferencia entre el cristianismo y la Ilustración respecto a la idea de progreso es que los ilustrados pasaron de pensar que el progreso tenía una dirección —y esa dirección podía predecirse— a convertirlo en un imperativo ineludible.
Este giro sigue marcando la orientación del progreso hoy en día: una constante necesidad de cambio y la idolatría por lo nuevo. Las cosas son mejores solo porque son nuevas; esta mentalidad obsesiona a la modernidad.
Este enfoque antropocéntrico marca la ruptura entre la fe y la razón y acelera la secularización de Europa. El deseo de perfección sustenta la idea actual de transhumanismo: lo natural da paso a lo artificial, la obsesión por lo material crece, y la idea de progreso se convierte en motor del racionalismo político y social.
Si antes bastaba la razón para construir sociedades libres y pacíficas, la moral moderna ahora se subordina a los beneficios que genera la ciencia y la tecnología (consecuencialismo/utilitarismo): a mayor desarrollo científico-tecnológico, mayor acumulación material, más bienestar y (¿quizá?) mayor felicidad.
El utilitarismo promueve el máximo placer/deseo y la máxima ausencia de dolor/sufrimiento como metas superiores del bienestar. Según esta visión, las acciones ya no dependen de dictados divinos, sino del grado de bienestar que generan: el máximo placer es la nueva norma.
Conclusión
A lo largo de la historia, la idea de progreso ha cambiado profundamente, desde la búsqueda del conocimiento y la virtud en la Grecia clásica, hasta convertirse en un ideal central de la modernidad con la Ilustración. Este recorrido muestra que cada época ha interpretado el avance humano desde sus propios valores y creencias: los griegos veían el progreso como algo cíclico, mientras que la tradición cristiana introdujo una dimensión ética y espiritual. La Ilustración, por su parte, transformó el progreso en una fe secular, basada en la razón, la ciencia y la promesa de mejora continua. Sin embargo, esta visión deja abiertas preguntas clave sobre los límites y las implicaciones de este avance constante. Así, preguntarse por los orígenes y los fines del progreso sigue siendo vital para comprender hacia dónde nos dirigimos como sociedad.