De Pekín a la Moncloa
La verdad es que si le preguntas a cualquiera por la calle sobre las leyes de género, la mayoría se encogería de hombros. Las hemos ido aceptando porque nos las han puesto delante, sin más. Nadie salió masivamente a la calle para pedir el matrimonio igualitario ni una ley trans, por mucho que hoy parezca que sí.
Es cierto que el feminismo lleva toda la vida luchando por la igualdad real entre hombres y mujeres; eso nadie lo discute. Pero, un momento, ¿qué tiene que ver esa lucha histórica con todo el paquete de la "perspectiva de género", la discriminación positiva o con meter educación sexual integral en los colegios? ¿De dónde ha salido todo esto de repente?
Nos acordamos de cómo, con el gobierno de Zapatero, empezaron a llover todas estas leyes. Parecía cosa de la izquierda, pero al final todos los partidos se subieron al carro. Fueron entrando en nuestra vida poco a poco, casi de puntillas, sin que se montara un escándalo.
Y aquí está la clave de todo el asunto. Esta agenda no nació en las calles de España. Su origen está muy arriba, en los despachos de la ONU y en los foros de Bruselas, donde lobbies muy potentes y un ejército de ONGs han trabajado sin descanso para darle forma.
Porque esta no ha sido una revolución como las de los libros de historia. No ha sido el pueblo pidiendo un cambio a los de arriba. Ha sido justo al revés: una revolución impuesta desde los grandes organismos internacionales hacia nosotros, los ciudadanos.
Claro que la ONU siempre tuvo un ojo puesto en la igualdad. Ya en 1946 crearon una Comisión para la mujer, y las feministas más listas se dieron cuenta de que ese era el lugar donde había que estar para que sus ideas llegaran lejos. Primero lucharon por la igualdad en los papeles, en las leyes. Luego, por la igualdad económica.
Pero el momento en que todo cambia, el verdadero punto de inflexión, fue la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing (Pekín) en 1995.
Aquello fue fundamental. Y allí estaba España, con Cristina Alberdi, la ministra de Asuntos Sociales de la época, al frente de la delegación. Ella y su equipo fueron clave para que nuestro país se tragara el anzuelo y asumiera como propias todas las ideas de la conferencia. Fue en Pekín donde se impuso la famosa "perspectiva de género" como el principio que debía guiarlo absolutamente todo.
El giro fue radical. Se dejó de hablar del sexo biológico para hablar del "género", esa idea de que los roles de hombre y mujer son una construcción social que crea desigualdad.
A partir de ahí, los países que firmaron, como España, se trajeron los deberes a casa; tenían que adaptar sus leyes a esta nueva visión del mundo. Este es el mecanismo exacto por el que conceptos que eran totalmente ajenos a la sociedad, como la identidad de género, de repente se convirtieron en ley.
Y así es como hemos llegado hasta aquí. Toda esta maraña de legislación de género que parece haber surgido de la nada no es más que el resultado de una agenda global. Figuras políticas como Cristina Alberdi simplemente fueron la pieza clave para traer esa agenda a España, explicando por qué muchas de estas leyes nos siguen pareciendo tan lejanas y, a veces, tan ajenas al sentir de la gente común.